POEMAS, RESEÑAS DE LIBROS DE POESÍA, TRADUCCIONES, HAIKU.

sábado, 22 de febrero de 2014

ANTONIO MACHADO, 75 AÑOS DESPUÉS

Tal día como hoy, hace 75 años, moría en su exilio de Colluire Antonio Machado Álvarez. Con Juan Ramón Jiménez, el poeta español más influyente del siglo XX. A pesar de su brevedad, su obra poética merece toda la atención de lectores y de críticos porque, a la vez que sintetiza desde el estudio más inteligente las tradiciones literarias castellana y francesa, aporta una personal estética poética, literaria y filosófica que casi un siglo después, no sólo continúa vigente, sino que constituye uno de los clásicos más imprescindibles. Su Campos de Castilla es la colección de poemas de mayor calidad y valor literarios escritos en español en siglo XX.



El poema que ofrecemos, uno de los menos conocidos, pertenece a la colección Elogios, de 1916. Es de los más largos -consta de 17 serventesios alejandrinos- y está escrito hace justamente un siglo, tres meses después del comienzo de la I Guerra Mundial y ante la neutralidad de España.


ESPAÑA EN PAZ

En mi rincón moruno, mientras repiquetea
el agua de la siembra bendita en los cristales,
yo pienso en la lejana Europa que pelea,
el fiero norte, envuelto en lluvias otoñales.

Donde combaten galos, ingleses y teutones,
allá en la vieja Flandes, y en una tarde fría.
sobre jinetes, carros, infantes y cañones
pondrá la lluvia el velo de su melancolía.

Envolverá la niebla el rojo expoliario
-sordina gris al férreo claror del campamento-,
las brumas de la Mancha caerán como un sudario
de la flamenca duna sobre el fangal sangriento.

Un César ha ordenado las tropas de Germania
contra el francés avaro y el triste moscovita,
y osó hostigar la rubia pantera de Britania.
Medio planeta en armas contra el teutón milita.

¡Señor! La guerra es mala y bárbara; la guerra,
odiada por las madres, las almas entigrece;
mientras la guerra pasa, ¿quién sembrará la tierra?
¿Quién sembrará la espiga que en junio amarillece?

Albión acecha y caza las quillas en los mares;
Germania arruina templos, moradas y talleres;
la guerra pone un soplo de hielo en los hogares,
y el hambre en los caminos, y el llanto en las mujeres.

Es bárbara la guerra y torpe y regresiva;
¿por qué otra vez a Europa esta sangrienta racha
que siega el alma y esta locura acometiva?
¿Por qué otra vez el hombre de sangre se emborracha?

La guerra nos devuelve las podres y las pestes
del ultramar cristiano; el vértigo de horrores
que trajo Atila a Europa con sus feroces huestes;
las hordas mercenarias, los púnicos rencores;

la guerra nos devuelve los muertos milenarios
de cíclopes, centauros, Heracles y Teseos;
la guerra resucita los sueños cavernarios
del hombre con peludos mamutes giganteos.

¿Y bien? El mundo en guerra y en paz España sola.
¡Salud, oh buen Quijano! Por si este gesto es tuyo,
yo te saludo. ¡Salve! Salud, paz española,
si no eres paz cobarde, sino desdén u orgullo.

Si eres desdén y orgullo, valor de ti, si bruñes
en esa paz, valiente, la enmohecida espada,
para tenerla limpia, sin tacha, cuando empuñes
el arma de tu vieja panoplia arrinconada;

si pules y acicalas tus hierros para, un día,
vestir de luz y erguida: heme aquí, pues, España,
en alma y cuerpo, toda, para una guerra mía,
heme aquí, pues, vestida, para la propia hazaña

decir, para que diga quien oiga: es voz, no es eco;
el buen manchego habla palabras de cordura;
parece que el hidalgo amojamado y seco
entró en razón, y tiene espada  a la cintura;

entonces, paz de España, yo te saludo. 
                                                                      Si eres
vergüenza humana de esos rencores cabezudos
con que se matan miles de avaros mercaderes
sobre la madre tierra que los parió desnudos;

si sabes cómo Europa entera se anegaba
en una paz sin alma, en un afán sin vida,
y que una calentura cruel la aniquilaba,
que es hoy la fiebre de esta pelea fratricida;

si sabes que esos pueblos arrojan su riqueza
al mar y al fuego -todos- para sentirse hermanos
un día ante el divino altar de la pobreza,
gabachos y tudescos, latinos y britanos,

entonces, paz de España, también yo te saludo,
y a ti, la España fuerte, si, en esta paz bendita, 
en tu desdeño esculpes, como sobre un escudo,
dos ojos que avizoran y un ceño que medita.

Baeza, 10 de noviembre de 1914.





domingo, 9 de febrero de 2014

EL MAESTRO. En la jubilación de Pepe Cabañero Fuentes.


Mi compañero, mi amigo Pepe Cabañero se jubiló anteayer, viernes, 7 de febrero, día de su sexagésimo cumpleaños, tras una dilatada carrera profesional como docente; los últimos 15 años de la  misma, compartiendo penas y alegrías en el Instituto de Educación Secundaria "Río Júcar", de Madrigueras (Albacete). Ha sido una gran compañero; le echaré mucho de menos. En la comida-homenaje que le rendimos ese mismo día, varios compañeros intervinimos, en nombre de todos, para hacer constar nuestro reconocimiento a su labor docente y nuestro aprecio a su persona. Éste es el final de mi intervención, con el texto EL MAESTRO, que reproduzco: 


"...mientras preparaba esta palabras, imaginé a uno de nuestros alumnos, de los alumnos de Pepe de este curso, por ejemplo, pero dentro de algunos años. Lo imaginaba ya adulto, años después de salir del instituto y finalizar también los estudios universitarios, recordando este curso, en que uno de sus maestros dejó de ser su maestro. Y lo que imaginé que ese alumno, ya adulto, recordaba de aquello que ha sido esta mañana y que ha sido este tu último curso es, podría ser, esto:



EL MAESTRO



El maestro era lo que decía, lo que un trozo de tiza en sus manos trazaba sobre las sombras de la pizarra insondable, los pasos del mediodía, las cuentas cuyo resultado se daba en términos de un compromiso con el silencio.

Era el mes de septiembre, el temblor de los paisajes donde ayer jugábamos, el animal de la emoción rugiéndonos dentro por querer salir; la exposición al yo, a los otros, a la miniatura en que la timidez nos deja cuando es lunes.

Era una gota de tiempo, un racimo de porqués, el lagar de la paciencia, el contenido de la siempre olvidada palabra nunca, la raíz de un árbol recién inventado. Era la luz de la tinta entregada, indeleble como un tatuaje en la imposible piel del corazón.

Era la escritura de la niebla, el sueño de la lluvia en los ojos, la eternidad solar de los recreos cuando no conocíamos nuestros nombres y sonaba el timbre para despertarnos y llamarnos a un calendario con fechas de arena y de veranos.

Era a primera hora la voz que abría los caminos de la mañana, los cuadernos del día a un viaje desde este lugar al inexplicable hoy que ya nunca volverá. Era en noviembre el aire amarillo decidiendo qué hoja caería última de las dóciles moreras.

Era la nieve alguna vez, dormida, dolorosamente infantil y escolar, más humana que mineral, y redonda, redonda en un puño temprano. Era la madre navidad, y apenas nos mintieron que acaso no vendría más con carpetas y fotocopias de nubes olvidadas.

Cuando se fue aún había gripe, agendas abiertas y problemas sin resolver sobre los pupitres. Nunca supimos exactamente qué diferencia mediaba entre los pentagramas y la sucesión desordenada de todos los números primos.

Valentín Carcelén
2 de febrero de 2014.